¿Por qué la gente hace un doctorado? ¿Qué significa para ti hacer un doctorado?
Hay muchas posibles razones para hacer un doctorado: para superarse intelectualmente, para tener mayores y mejores oportunidades de trabajo, para actualizarse en los avances teóricos y literarios. Así enunciadas las respuestas las siento que suenan muy distantes. Personalmente quizá estoy haciendo un doctorado y me he tardado en terminarlo porque es la única fuente de la juventud que según yo verdaderamente funciona; o quizá porque cuando era niña y andaba descalza por lo arroyos y hablaba sola con mis muñecas nadie daba un peso por mí y los papás de mis mejores amigas creían que yo no llegaría ni a una carrera universitaria en México, menos a un doctorado en universidad en Estados Unidos; o tal vez, porque la literatura me llegó por sorpresa y me atrapó en un abrazo interminable. En los tiempos que vivimos, todas las áreas del quehacer humano están evolucionando y renovándose. Hay que estar actualizándose constantemente, eso evita estancarse y por supuesto que garantiza mejores oportunidades de trabajo.
¿En qué campo profesional te desenvuelves? ¿Qué haces? ¿Cuál es tu actividad principal? ¿Trabajas en alguna empresa o institución?¿Trabajas por tu cuenta?
Básicamente me desenvuelvo en el campo de la enseñanza. Actualmente enseño clases de español y literatura en español en la Universidad de Nuevo México y en el Instituto Cervantes. También doy clases privadas de conversación aquí en Albuquerque. Escribo poesía, asisto a encuentros de poetas, y organizo lecturas en el departamento de español donde trabajo.
¿Cómo es la gente que siente amor por la lengua? ¿Por qué estudia? ¿Qué desea hacer?
Me gusta leer, aprender cosas nuevas, discutir sobre lengua y literatura. Me gusta enseñar español, literatura, y composición acá en Estados Unidos. Además no conozco una forma mejor de aprender que enseñando. La lengua es un organismo vivo que siempre está en movimiento. Quizá quienes estudiamos la lengua por medio de la literatura lo hacemos para no quedarnos mudos.
De las actividades profesionales que realizas ¿cuál te reporta más satisfacción, ¿por qué? ¿qué has hecho en este campo?
Ser maestra de español y literatura me gusta mucho. Es muy gratificante el entusiasmo de muchos estudiantes que responden con sorpresa ante las maravillas del idioma o de la literatura. Cada semestre es una aventura nueva con ellos, a veces puedes ver veinte caras de “yo no quiero estar aquí”, pero una sola que diga lo contrario al igual que sus ojos ávidos y su sonrisa de triunfo ante algún logro hacen que todo valga la pena.
¿Hay alguna experiencia que conserves en tu memoria en tu vida como maestra de literatura? ¿Algo que te haya hecho pensar que tu trabajo como profesora de literatura ha valido la pena?
Enseño una clase de Introducción a la Literatura Hispánica, cuyo programa incluye ensayo, teatro, cuento, y poesía. Una de las actividades para los estudiantes es elegir una de las obras que hayamos visto y hacer un proyecto artístico-creativo en base a dicha obra. Les sugiero que elijan hacer algo con lo que se sientan cómodos, algo en lo que se sientan expertos o simplemente sea un pasatiempo que los entretenga y divierta. El resultado me ha impresionado, me emociona ver la creatividad desplegada.
foto: Carmen Julia Holguín Chaparro
foto: Carmen Julia Holguín Chaparro
“No oyes ladrar los perros”, de Juan Rulfo, ha provocado pinturas, dibujos, maquetas, historietas y más creaciones artísticas.
foto: Carmen Julia Holguín Chaparro
Otra estudiante hizo un pastel con varios de los símbolos principales de “las medias rojas” de Emilia Pardo Bazán; se ha compuesto la música para varios textos, letras de canciones, esculturas. Creo que me paso el semestre esperando el final sólo para ver las sorpresas que me esperan con los estudiantes.
Me encanta la narrativa, el cuento, pero la poesía se me da más y no me ha quedado más remedio que entregarme a ella. Mario Benedetti decía que la narrativa necesitaba más tiempo que la poesía, él hablaba sobre todo de la novela, pero yo aplico esta cita para el cuento (la novela ni la contemplo). Tengo algunos cuentos viejos sobre mi abuela y algunas experiencias con ella, pero mi “nuevo proyecto” se enfoca en la colonia donde viven mis padres en Chihuahua, su gente, sus personajes singulares, ciertos eventos y lugares que han sido importantes, como el cementerio, que prácticamente es el patio de varios de los vecinos. Es una colonia pobre, con muchas carencias, muchos problemas y deseos de sobrevivir.
¿Has publicado algún libro? ¿Has publicado en algún sitio de Internet?
Mi libro de poemas es el resultado de un proceso de auto-confianza. Llegué a esa confianza gracias a gente generosa que me dio la oportunidad de leer, como Carmen Amato, co Margarita Munoz, Olimpia Badillo, Edna Ojeda, María Ella y María Eugenia Rodríguez, Lilvia Soto, Sylvia Vergara, Liz Durán, hermosos seres humanos que me motivaron a escribir más, que me pidieron un poema y me hicieron sentir lo máximo, que me dieron un lugar, que me escucharon y me criticaron constructivamente y me ayudaron a crecer. Yo podría haber escrito muchos poemas, buenos algunos, más o menos otros, pero nunca hubieran entrado a un libro sin esa confianza. Me hace muy feliz tener un libro que ofrecer, y compartir mediante él mis creencias, mis emociones, mis sentimientos, mis iras, mis preocupaciones, mi admiración y mi homenaje a otras personas: escritores algunos.
¿Cómo definirías a un poeta? ¿Encajas en ese perfil?
Un/una poeta es aquella persona que escribe poesía, yo escribo poesía, soy una poeta ¿qué tal el silogismo yo que siempre reprobé lógica? No sé, un poeta es una persona sensible al mundo que lo rodea, un arquitecto o maistro cuyo material de trabajo son las palabras; un artista que pinta retratos, autorretratos, paisajes, desnudos; realista a veces, surrealista otras. Yo sólo soy poeta cuando alguien me llama así, y me gusta.
¿Tienes planes o proyectos por realizar que desees compartir?
Mi proyecto más importante, por inmediato, es terminar mi doctorado. En la producción creativa quiero terminar un libro de cuentos en el que estoy trabajando desde hace tiempo y en el que espero avanzar en cuanto logre tener más tiempo libre.
¿Qué mensaje te gustaría compartir con la gente que se dedica a tu misma actividad?
No importa cuál sea la actividad a la que nos dediquemos, sea la que sea hay que hacerla con responsabilidad y entrega absoluta, siendo genuinos.
Soy una persona perseverante, honesta, leal a la familia y a mis amigos. Me molesta la injusticia a cualquier nivel. Me duele la situación de mi país.
¿Qué situación o problemática actual te preocupa o te interesa? ¿Por qué?
La violencia en su más absoluta irracionalidad, no es que justifique ninguna violencia, sólo que a veces “se entiende” su origen, su por qué, y otras veces simplemente no hay manera de entender nada. Me duele la falta de amor por la vida, tanto la ajena como la propia. No importa si no se es religioso, uno no puede dejar de aceptar que aquel que la religión católica marca como el segundo mandamiento -amarás a tu prójimo como a ti mismo- es la mejor posibilidad de evitar tanta violencia, tortura, y muerte.
¿Qué significa para ti ser religioso? ¿De qué manera afecta tu vida diaria?
Yo soy católica, apostólica y remona, aunque a cualquier religión como institución tiene mucho que criticársele yo vivo mi relación personal con Dios y entre mis mejores amigos hay ateos, judíos, homosexuales y lesbianas y todos ellos hacen mi mundo más habitable. Hace varios años tuve un problema y me sentía bastante desanimada, pero hablando por teléfono con una amiga no creyente, ella me dio las palabras que habrían de ayudarme a sobrevivir aquel momento y muchos otros momentos difíciles: “Todo se va a resolver porque tú eres una mujer de fe” –me dijo-. Cierto, pero no sólo de fe no en Dios, sino en la gente, en mi y mis posibilidades, en la buena voluntad de tantos frente a la mala intención de tantos otros. Aquel asunto se resolvió y cada vez que me he sentido al borde de un abismo, me he dicho eso -que soy una mujer de fe- a veces he podido alejarme de él y otras me he lanzado en caída libre, pero todavía estoy de pie.
Cómo participas en la dinámica que vive el país actualmente?
Me duele mucho lo que México está viviendo, tanta sangre derramada de forma tan cruel e inútil. Me duele mucho la ciudad de Chihuahua, la gente que vive en el miedo, en el dolor, en la angustia. Me duele toda mi familia porque vive en esa ciudad.
¿Participar? En agosto fui al banco y le dije a la chica que me atendió -la cual habla español y a quien conozco muy poco- que iba a Chihuahua, ella me sonrió y me dijo “¡qué envidia!”. Me sorprendió muchísimo su respuesta y me sentí muy bien, porque de un tiempo a acá todos los amigos y conocidos ponen cara de angustia cada vez que mi esposo y yo anunciamos que vamos a Chihuahua. Yo entiendo que nos aprecien y se preocupen, pero me hace sentir mal que no se den cuenta que allá está toda nuestra gente y que no comprendan que para nosotros no es una opción no ir, ni siquiera nos lo planteamos. Sí me da miedo, pero sobre todo me da coraje que el gobierno haya iniciado esa dinámica sin tener una verdadera estrategia de protección al ciudadano común y corriente y que ahora no haga nada. Acá hago lo que sé hacer, escribo poemas y junto a mi esposo hablamos del otro México, del que coexiste con ese México violentado, el de la gente buena y cálida, el de los sitios lindos, el de las tradiciones vivas.
¿Qué opinas del bicentenario? ¿Personalmente qué significa para ti?
No sé qué opinar sobre el bicentenario. ¿Doscientos años de libertad? ¿qué significa eso? ¿que el territorio dejó de ser colonia española? Si sólo significa eso, para mí significa muy poco, más aún si a cambio ahora se es colonia del narcotráfico, de la corrupción y negligencia de los gobernantes, de la pobreza. Cuando vi en la televisión los festejos en la Ciudad de México y vi los rostros de la gente que había salido a las calles, su sonrisa, su ánimo, sus ganas de vivir como las ganas de vivir de la gente en Chihuahua, entonces me dio gusto por esas personas, por su inocencia o su capacidad de olvidar las carencias, las necesidades, las injusticias.
El bicentenario me significó dos poemas, uno de ellos surgió cuando en Ciudad Juárez, Chihuahua, mataron a un reportero gráfico días antes del festejo y una amiga, quien había dado muestras de optimismo todos estos últimos años, se mostró en Facebook muy deprimida y escribió en su muro “nada que celebrar”, así titulé el primer poema. El otro vino días después, “Fiestas patrias”, pensando en toda esa algarabía de los festejos oficiales y en el dolor de tantas casas adentro, vacías por tantas pérdidas de todos aquéllos que no vivieron para festejar el bicentenario (los dos poemas están publicados en el blog de la red planetaria de mujeres poetas).
Gracias Carmen Julia por esta entrevista.
Bibliografía de Carmen Julia Holguín Chaparro:
*revistas
-el cid, (eeuu, edición cibernética, 2001)
-bordersenses (el paso, tx.. 2005 y 2006)
-chiricú (eeuu, universidad de indiana, 2008)
-topodrilo. (méxico, sociedad, ciencia y arte, 2009)
-casa del tiempo (méxico, df, 2009)
*antologías
-canto a una ciudad en el desierto (la cuadrilla de la langosta, méxico 2004)
-letras del desamor y cuentogotas v (abrace, uruguay 2005, poesía y cuento)
-regalos del alma (centro de estudios poéticos, españa 2005)
-ecografías septentrional (chihuahua arde editoras, chihuahua 2005)
-mujeres poetas en el país de las nubes (centro de estudios de la cultura mixteca, méxico 2005)
-metamorfosis (centro nacional cultural hispano e instituto cervantes, albuquerque 2008)
-agualluvia de letras. Poesía femenina chihuahuense 1930-1980 (tintanueva, méxico 2008).
*blog los puños de la paloma
-desde todo el silencio i, ii y iii (2007, 2008, 2009)
-pujo de sangre (2009)
*traducciones
-shalt. Oda a la vida (la carreta, 2005) de la poeta nuevo mexicana sylvia ernestina vergara.
-decir del agua. Poemas de las escritoras norteamericanas demetria martínez, mary oishi y renny golden (revista cibernética, miami, fl, julio 2008).
Descubrimiento
En el bochorno de la tarde
un verso se acomoda
entre los dos cuerpos
sudorosos
después de la pasión.
Asiste silencioso
a la respiración acompasada
de uno,
a la vigilia inútil
del otro,
y recostado plácidamente
entre espalda
y espalda,
de pronto
cobra conciencia exacta de su naturaleza,
se da cuenta
que no es un verso de amor.
Con el corazón
Cuando mi voz alcanzó el sonido
y hubo quien escuchó
lo que decía,
el hombre que me amaba
me cortó la lengua.
Cuando mis manos grabaron palabras
y hubo quien leyó
lo que escribía,
el hombre que me amaba
me partió los brazos.
Cuando aprendí a hablar con la mirada
y hubo quien descifró
el código de mis pupilas
el hombre que me amaba
me sacó los ojos.
Casi sorda de nacimiento
con un álito mínimo
para beber en la huida,
una noche tomé mi corazón
entre las piernas
y abandoné
al hombre que me amaba.
Llenando formularios
A la manera de Rosario Castellanos
-¿Sexo?
Femenino
Sí, mujer.
Aun cuando detesto
Aun cuando detesto
la cocina, la plancha y la costura
y pesar de que no quiera
el sublime placer de los hijos.
Mujer
de cabello largo o corto
de acuerdo a la temporada,
de falda o pantalón
siguiendo la estación del año,
a cara lavada o con maquillaje
según me plazca.
Mujer, sí.
Por donde se me mire,
desde su acera o desde la mía.
Mujer
hembra
y sobre todo
una dama.
-¿Sexo? Mmmh, sí
me gusta el sexo
femenino.
Acto de compasión Primero, en nombre de la paz invadieron su país, bombardearon su pueblo, destruyeron su casa, y en innumerables fragmentos le arrancaron toda posibilidad de sostener una pelota, un cuaderno, una mano prójima con la carne de su carne. Después, en nombre de su infinita compasión, los libertadores le regalaron —cámaras de televisión atestiguaron el emotivo momento— dos hermosos brillantes fuertes y perfectos brazos de plástico. | Infinite compassion First, in the name of peace they invaded his country they bombarded his village they destroyed his home and in innumerable fragments they took away from him every possibility of holding a ball a notebook a nearby hand with the flesh of his flesh Later, in the name of their infinite compassion —before television cameras that bore witness to the moving moment— the liberators presented him with two beautiful shiny strong perfect plastic arms. Translation: Mary Woodward |
PLEGARIA
Me arrebataron mi nombre en el desierto,
Juan;
garras de odio me lo quitaron a jirones
y lo arrojaron entre los médanos congelados
de una noche sin luna.
Me lo hicieron pedazos
en medio de un silencio de siglos,
de horas infinitas
cargadas de dolor y humillación
ante cada sílaba ensangrentada
que se perdía en aquella oscuridad maldita.
No pude defenderlo,
Juan;
maniataron mi aliento,
vendaron mi corazón,
amordazaron mis manos y mis piernas
y me lo arrancaron de a poquito,
disfrutando el despojo.
Cuando el sol despertó entre las dunas,
me encontré sin nombre
y empecé a sentir un frío
que me abrazaba los huesos
y que no me deja incluso ahora,
a pesar de esta sábana blanca
que cubre los restos
de mi carne desorientada.
Estoy muy sola sin mi nombre,
Juan;
durante días han desfilado
frente a mi rostro de cuencas vacías
mi padre y mi madre
y no han podido llamarme hija,
mis hermanos
y no han podido llamarme hermana,
mis hijos
y no han podido llamarme madre
porque no tengo nombre.
Tengo miedo del silencio eterno,
Juan;
de que nadie pueda
volver a pronunciar mi nombre
desbaratado sobre la arena
que ahogó mi sueños.
Sálvame,
Juan.
Nómbrame Ana, Luisa, Rosario,
Yolanda.
Bautízame,
Juan.
Llámame Clara, Rebeca,
Lucía.
Ayúdame a decir presente
cuando Dios llame a todos sus hijos
por su nombre.
NARRATIVA
Desde la banqueta
Carlitos debió haber pasado frente a mí en varias ocasiones antes de que empezara a fijarme en él, todavía adormilada. Mis ojos se vieron atrapados por su diminuta figura en algún momento que no alcanzo a precisar ahora; en alguna de sus vueltas o en uno de mis regresos en que le ganaba al sueño, sentada en la banqueta de las oficinas del Consulado Norteamericano de Ciudad Juárez, donde esperaba, todavía de madrugada, que abrieran.
Cuando comencé a verlo, observé cómo Carlitos iba y venía de un lado a otro de la calle en una bicicleta negra…una bicicleta igual, aunque no de tamaño, a una que mi madre me regaló cuando era pequeña y que jamás aprendí a usar, incapaz de que avanzara hacia adelante, razón por la cual mi madre terminó regalándola, y quizá, razón por la cual, jamás aprendí a andar en una...Él era chiquito y extremadamente flaco, yo no podía vislumbrar siquiera el pecho que se guarecía en aquella enorme sudadera gris con mangas azules, tremendamente largas.
El terrible frío que yo sentía fue calmándose un poco a medida que el sol fue ganando terreno al avanzar la mañana; así que pude acomodarme mejor en la banqueta para continuar observando a Carlitos en su circular e interminable paseo. Seguí sus movimientos una y otra vez en su continuo pedaleo frente al Consulado: de aquí hacia allá y de allá hacia acá, rozándome -rozándonos- en ocasiones, los pies, cuando el gentío desmañanado y ansioso se arremolinaba en la calle, impidiéndole el paso libre. Creí que de un momento a otro caería de aquel endeble -como él, como yo- vehículo, que el viento, aunque leve, daría con él al suelo, pero Carlitos seguía arriba, pedaleando; sonriendo y pedaleando con una energía que no me parecía que tuvieran sus piernitas, las que más que ver adivinaba debajo del pantalón verde acampanado.
Desde la soledad y el anonimato que compartía con las demás personas alineadas en la banqueta, impacientes ya por entrar a aquella dependencia e iniciar el largo proceso para obtener su visa, vi que Carlitos no miraba a nadie a los lados mientras paseaba. Fijo su mirar en un frente impredecible dejaba que el vientecillo helado de las siete de la mañana le acariciara su rostro eternamente niño y le alborotara el negrísimo pelambre que lucía como cabello. Carlitos no me miraba tampoco a mí, ahí, sobre aquel frío cemento, sucio, desgastado de miles de pasos extraños que imprimían su huella cansada y desvelada diariamente para conseguir aquel preciado documento que les –nos- permitiría cruzar legalmente al otro lado.
Carlitos no se daba cuenta de mis afanes por su languidez, por su cuerpecito desprovisto de carne y piel. Él daba vueltas y vueltas sin sospechar mi preocupación, sin notar siquiera mi presencia oscura, ni la ternura que al cabo de tanto verlo ir y venir había provocado en mí. Sobre su bicicletita, pegado a ella indefectiblemente, adherido a ese asiento por un destino fatalista que desde luego él no había tenido la oportunidad de elegir, determinado desde su origen a esa esclavitud que procuraba disfrutar o por lo menos disimular sonriendo perennemente, Carlitos sólo miraba la cintura adolorida, las piernas cansadas del hombre de adelante que lo jalaba sin ningún esfuerzo. Sus brillantes ojitos se quedaban en los zapatos gastados que guiaban sin entusiasmo la ruta cíclica de su forzado recorrido matutino.
Menos de lo que podía ver Carlitos tenía yo a mi alcance. La verdad es que me pesaba la sola idea de levantar la cara desde ahí abajo en la banqueta; prefería no involucrarme con aquellas miradas que yo sabía encontraría en la multitud alrededor mío, así que me quedé ahí abajo, observando sólo tobillos y pies que soportaban piernas que me hablaban de cuerpos motores con rostros quizá de mujer, de hombre; jóvenes, viejos; pobres, ricos; limpios, sucios; gringos, orientales, árabes...mexicanos...Carlitos -porque debía llamarse Carlitos; lo había sabido al verlo desde el primer momento, quién sabe cómo- era la única imagen total que yo me permitía, por eso, sabiendo que aquel chiquilín no conocía el rostro de su amo, que no conocía al hombre que seguía si titubeos con muda obediencia, me dejé ganar por la solidaridad e incliné más mi cabeza. Yo también me negué a conocerlo.
Un escalofrío, o quizá un recuerdo batiendo sus alas me estremeció un instante; observé mi reloj en su leeeeeeeeento caminar; escuché el murmullo creciente de la muchedumbre despertando más y más, y por último miré otra vez la figurita de mejillas sonrojadas cuando pasaba junto a mí. Envidié su coraje para sonreír de aquella manera y entonces me volví atrás, pero antes de desaparecer en el hueco de mis brazos enlazados a mis piernas, ambos, Carlitos y yo oímos la voz del hombre de adelante, vieja, gastada; llena de hastío, de amenaza y esperanza suplicante a la vez:
-¡Títeres!
¡Títeres!
¡Baratos!
¡Venga y compre sus títeres!...
La Oviedo rifa
Joaquín tenía 25 años. Joaquín ahora se ha convertido en polvo. Polvo de colonia subdesarrollada, sin pavimento. Polvo de febrero loco que se hace remolino en el panteón que bordea sin una frontera clara las miserables casas de la colonia Desarrollo Urbano, mejor conocida como "La Oviedo". Polvo blanco, veneno. Polvo de huesos, de tumba, de muerte.
Yo lo conocí cuando él tenía 16 años. Su sonrisa y la de su madre nos dieron la bienvenida a mi familia y a mí el primer día en nuestra nueva casa. Será por esa sonrisa que jamás pude sentir temor de él, que lo escondí en mi casa cuando las patrullas lo perseguían y soporté su penetrante olor a resistol.
Él fue el primer “farmacodependiente” que conocí de cerca. Después, fue un simple marihuano que le gustaba platicar conmigo, que me llamaba “maestra” y frente a quien se le antojaba hablar de una vida diferente para la que no tenía vocación. Una vida distinta en la que dejaba de pensar en cuanto bajaba la loma donde vivíamos y se iba Independencia abajo, aún dentro de la Oviedo, rumbo a las vías del tren que daban paso al solar que nos dividía de la “civilización”.
Allá, Joaquín se olvidaba de los sueños falsamente soñados, se sentaba en círculo junto a sus amigos y se hundía en la miserable bolsa de inhalante barato, a menos que hubiera tenido mucha suerte y hubiera conseguido algo de marihuana o cocaína. Allá, perdido, apenas levantaba el rostro hacia los matorrales que lo cubrían; apenas si oía el ruido de la ciudad moviéndose a unos metros de él, donde la Oviedo termina. A unos pasos tan solo y sin embargo tan lejana.
En aquellos primeros años, cuando todavía me quitaban el sueño los frecuentes pleitos entre pandillas, la de casa y la visitante; los gritos de las madres, lloronas preguntando dónde estaban sus hijos; y finalmente las sirenas de las patrullas que terminaban decidiéndose a entrar a la colonia por la única calle pavimentada, con la esperanza de no gastar sus llantas ni ensuciar sus carros, yo creía que Joaquín podía cambiar. Quizá los otros vagos sin nombre ni apellido para mí, no tuvieran ningún chance, pero él, mi vecino, sí, ...por lo menos eso quería creer.
Al pasar el tiempo fui aferrándome a no observar la degradación humana que él sufría. Más que nunca me así a su sonrisa limpia, extrañamente limpia, que no dejaba ver la agresividad que le bullía por dentro, y que desgraciadamente canalizaba sobre su madre, su hermana o peleando con las pandillas de otros barrios. Ni me daba cuenta entonces que mis noches ya eran tranquilas, que la vida nocturna de la Oviedo, los gritos, los llantos y las sirenas, ya eran simples ruidos ambientales.
Noche tras noche yo llegaba de dar clases. Me bajaba del camión junto a las vías del tren, en otro extremo al solar de la colonia, y a veces, antes de empezar a caminar rumbo a mi casa, diez cuadras adentro de la Oviedo, me detenía a mirar la luz de la ciudad, atrás, indiferente. La ciudad que margina colonias como aquélla y las convierte en pequeños y aislados mundos con grandes y terribles historias… Historias como la de Joaquín. El Joaquín que un día no tuve más remedio que enfrentar: desaliñado, sucio, despeinado, tartamudo casi, lleno de cicatrices en los brazos, cojo como resultado de alguna pelea, jorobado por un cansancio más allá de su edad y de las palabras que puedan describirlo...Sólo su sonrisa seguía delatándolo la última vez que lo vi, cuando a pesar de ser la sonrisa más perdida que yo hubiera visto, aún se atrevía a decir: “La Oviedo rifa, cabrones”.
La Oviedo rifa sí, y es la única que gana, perdiendo. La Oviedo viste sus calles de pantalones aguados sujetos a cuerpos flacos por unos singulares tirantes; de playeras a rayas oscuras y claras, de zapatos de charol, de cabellos brillantes peinados hacia atrás. La Oviedo es madre que pare cholos, pandilleros, marihuanos; semillas vanas para las que no habrá final feliz. Los pequeños van imitando a los mayores; sus hermanos, vecinos o amigos. Luego son el tamo que se expande por toda la colonia y que sólo salen de ella para demostrar su supremacía contra otros guerreros de esa lucha perdida. Son animales nocturnos preferentemente, se suben a lo alto de las lomas donde ya no hay casas, se van a los lotes valdíos, se juntan en el viejo panteón que se confunde entre el caserío, o simplemente se sientan en las esquinas; total que por redadas no hay que preocuparse. Allí, toman cerveza, inhalan o fuman lo que pueden, protegidos por la oscuridad, pues finalmente la luz está al otro lado de las vías del tren.
No siempre los vástagos de la Oviedo crecen y se reproducen. A veces, antes del natural proceso, mueren... Joaquín sólo tenía 25 años. Conocía la cárcel a la perfección, era un delincuente barato que bajo los efectos de la droga quebraba vidrios, robaba baratijas siendo siempre descubierto, y claro, pintaba paredes para que la gente supiera que los de la Oviedo son chingones...La pistola llegó a él porque las armas son inteligentes y buscan las manos tontas que les den vida para causar la muerte. La pistola estaba ahí, ese día, porque de cualquier manera, si no esa vez, sería otra. Porque en la Oviedo, el destino fatalista existe.
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© Fotos de Carmen Julia Holguin Chaparro: Carmen Amato
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