Esta entrevista a Zyanya Mariana se realizó en Noviembre de 2012 en el
marco del XX Encuentro de Mujeres Poetas en el País de la Nubes llevado a cabo en la
Ciudad de México.
No, la poesía no sirve absolutamente de nada en términos prácticos. Es
el oficio del fracaso. Pero como no solo de pan vive el hombre, entonces la poesía
sobre todo en épocas de crisis, alimenta y le da fuerza de nuevo a la palabra. Además
la poesía es la única que puede crear mundos. Yo estoy convencida de que la función
verdadera del poeta no son los Encuentros, ni publicar, sino crear mundos, claro a
través de la palabra pero la creación de mundos.
¿Para qué sirve crear esos mundos?
La vida tiene ciclos, cada época tiene su momento de nacimiento, clímax
y decadencia. Todo lo que inicia termina, por más que nuestra vanidad no lo crea.
Pienso que el poeta tiene importancia cuando una sociedad surge y cuando pasa su climax
pues la cima
anuncia el ocaso de cualquier cosa. Mientras hay paz y estabilidad el
poeta no tiene ningún sentido. En esos momentos los poetas escriben y publican pero
nadie los escucha; están allí abandonados, solitarios. En cambio en tiempos de
nacer el poeta tiene todo por decir; en el de clímax todo por cuestionar; y en la
decadencia todo por proponer.
¿Y la creación de mundo es algo privativo de los poetas?
Por supuesto que no. Crear mundos no es privativo de la poesía porque
no sucede en el futuro, sino en el ahorita. La poesía es un acto presente que sólo
tiene sentido en el aquí y en el ahora, por eso crea mundos, aunque no nos demos cuenta. Pero no
sólo sucede con la poesía sino con las Redes Sociales; ellas están creando mundos
constantemente. De hecho son más que un mundo, son un espacio que debemos conquistar y
apenas estamos descubriendo. Estoy convencida que en el futuro en vez de
celulares y tabletas vamos a tener un chip en el cuerpo que nos va a conectar directamente
con ese espacio que hoy llamamos virtualidad, internet. Tenemos un pie aquí en este mundo organizado por la materia y otro allá
en las redes sociales donde las cosas apenas se acomodan. Allá todo es mas
horizontal. Déjame
explicarlo. Antes se necesitaba al empresario de la disquera para hacer
un disco, al empresario de los libros para hacer un libro, al empresario de la
madera para hacer un mueble. Hoy regresamos a un proceso menos industrial donde, yo, el
carpintero hago
el mueble y te lo vendo a ti directo, gracias a las redes sociales. Lo
mismo sucede con el libro o la música que empiezan a venderse directamente, se baja música,
se imprime en blogs. Son formas más directas de hacer las cosas, sin intermediarios.
Curiosamente también más anónimas y por lo mismo más horizontales, para bien y para
mal. Como todo en la vida tienen su parte negativa. En este proceso lo masivo se
erosiona pero también la importancia de los individuos, se diluyen las jerarquías. En
el twitter o en el FaceBook no hay alguien arriba que determina la importancia de las
cosas y las jerarquiza. En la virtualidad hay cosas banales, frívolas, populares,
importantes, todo mezclado sin realmente darle un valor jerárquico y ese es un problema y
una cualidad. Son pautas de comportamiento que han promovido las redes sociales para
bien y para mal.
Con la poesía pasa lo mismo, todas conviven y a veces te pierdes en la
oferta sin saber muy bien, sobretodo cuando inicias, cómo distinguir la poesía del canto
hueco, como decía Machado. Difícil para un jovencito. Ahora, muchas veces son los
momentos los que indican el valor de un poema y siempre el tiempo que señala al
verdadero poeta. Por ejemplo en este momento de convulsión en México la poesía se ha
vuelto muy importante, ha dejado su acostumbrado anonimato para convertirse en
portavoz de honor y verdad. No porque lo sea como algo absoluto sino porque el
momento así lo requiere. Hoy por hoy la poesía, y por ende los poetas, le regresan el
respeto a la palabra. La palabra respetada construye mundos, posibilidades y eso es
lo que necesitamos hoy reconstruir nuestro mundo, lo que llaman el tejido
social. Vivimos en algo parecido a las ruinas, estamos en una especie de nada. Tiene sus
ventajas, tenemos que reconstruir todo empezando en lo más pequeño e intimo, de la piel
hacia adentro. Así que las ruinas también tienen algo positivo, son una posibilidad de
creación única.
¿De qué manera se le da ese respeto a la palabra, a la poesía?
Una de las ventajas de la poesía es que no ha entrado en el lucro y la
mercancia. La poesía es el oficio del fracaso, como tal se protege. A nadie le
interesa la poesía, ni siquiera a los escritores. Casi nadie lee poesía, aunque todos digan
que la leen. Nadie
te plagia, nadie se pelea por un poema porque la poesía no te hace
ganar dinero, ni siquiera fama en términos mediáticos. Es curioso porque la gente asume
el poema como un bien público. Quizás por eso los poetas son considerados entre
sacros e idiotas porque no entran al juego mercantil, y eso hace que tengan honor. Por
eso Platón no quería a los poetas en su república porque el poeta no sólo construye
cuando todo está destruido también destruye cuando todo está estable. En ese momento
regresa a lo anónimo, a lo invisible.
Cómo es tu relación con la palabra
Sabes, tengo una relación muy ambigua con la palabra, sobretodo con la
palabra hablada. Amo la palabra porque ella me vincula al mundo. Mira soy hija de
una mujer que fue muy bella, entonces siempre me he sentido fea, pero yo sabía,
desde niña, que si yo hablaba mi rostro dejaba de ser importante. La gente me volteaba a ver si
las palabras salían de mi boca. Sin embargo con los años me molestó que la gente me
mirara cuando yo hablaba, porque buscaban que uno les solucionara la vida, o
que uno los llenara o que uno cumpliera ciertas expectativas. Entonces me empecé a
volver como huraña, poco prudente, poco diplomática para relacionarme con los
demás. Hasta que lo convertí en un hábito porque ahuyentaba a toda la gente que no me
gustaba y toda la gente innecesaria.
Ahora en los encuentros de poetas o a veces con gente sensible vuelvo a
encontrar que les gusta lo que digo o que le encuentran belleza a mis palabras y
vuelvo a sentir esa sensación infantil de cuando me volteaban a ver cuando hablaba. Pero mi
relación con la palabra sigue siendo bien ambigua. Creo que es un don lo que tengo,
pero nunca sé bien para que son los dones, siempre creo que los dioses te lo dan con
algo de veneno. Tienen un costo y el costo a mi verbosidad, a mi relación con la
palabra, que sale del corazón, me ha hecho ser muy solitaria y hasta cierto punto marginal y
a veces intolerante. Me duele mucho ser intolerante con los demás pero a veces
lo soy.
¿Te gusta la gente?
A veces.
¿Te lastima la gente?
Yo creo que de la gente siempre hay que estarse cuidando. Mirar al
mundo dos pasos atrás. Con Omar, la persona de la cual me enamoré profundamente,
platicábamos en las noches al terminar el día. Hablábamos de puras cosas cotidianas,
pero mientras platicábamos nos curábamos las heridas del día. Un poco como tu
entrevista hoy, me cura la heridas incluso de este Encuentro.
¿Te lastimó este encuentro?
Ya te dije que yo vivo las cosas con mucha ambigüedad, hice mi ponencia
y me aplaudieron mucho, pero en lugar de sentirme feliz el domingo porque me
aplaudieron mucho, yo estaba caminando por Madero con una infinita sensación de
soledad.
¿No crees cuando la gente te dice que les gustó tu ponencia, que se
sintieron tocadas?
No es que no les crea, es que sé por experiencia, por mis alumnos y por
la academia, que cuando la gente te admira espera cosas de ti y no es capaz de
perdonarte nada y en la vida los verdaderos afectos están construidos en el perdón, no en la
admiración.
¿Y no piensas que cuando una persona te admira por algo y luego se
siente desilusionada de ti es problema de la persona, no tuyo?
Sí, es muy posible pero me hace sentir sola.
Y cuéntanos Zyanya ¿cómo llegaste a la poesía?
La poesía es una forma de pensar, pensar es disentir y yo aprendí a
pensar con mis dos divorcios (ríe). Mira siempre he dicho que si me hacen una entrevista
voy a decir que yo soy el producto de dos divorcios, el de mis padres y el mío. Yo
vivía en un mundo con la estabilidad conservadora “de la familia feliz”, entre comillas,
y de repente mi madre cometió un acto poético: le pidió el divorcio a mi padre que era
el hombre “perfecto”, también entre comillas. Es decir en su momento era un
partidazo, trabajador, responsable, esforzado y hasta guapetón. Sin este primer
divorcio nunca hubiera sido capaz de pensar que se podía ser libre como mujer, porque
mi papá era un ilustrado pero macho al fin y al cabo. Un hombre de su época
proveniente de una cultura patriarcal, jerárquica y autoritaria. Rígido, el divorció lo
quebró, como el aire a un roble, y al quebrarlo se rompió la estructura de la familia
perfecta. Entonces yo desde muy niña pude vislumbrar que había posibilidad de enfrentarse a
la autoridad impuesta con una sola frase “quiero el divorcio”. A los hijos de los
divorciados los segregaban, a las mujeres divorciadas las sigue segregando, pero esa
marginalidad me permitió generar un pensamiento propio.
Lo segundo que me marcó fue mi propio divorcio. Me acuerdo muy bien
cuando mi mamá me dijo: “¿Y ahora qué vas a hacer divorciada? - estaba bañando a
mi bebé-y le dije enojada: “Lo mismo que he hecho siempre, mamá”. Había más fe en mí que en mi madre y, en mi familia en general, cuando me divorcié. Lo increíble es
que una mujer que se había atrevido en su momento a divorciarse me lo dijera. Ahí me
dí cuenta que repetir la palabra divorcio ya no era suficiente. Las mujeres se
divorciaban y después se sentían perdidas. Había que inventar nuevas palabras que describieran
la vida después del divorcio, y apenas ahora en pleno siglo XXI las estamos inventando.
El proceso del divorcio y sobretodo ser una mujer divorciada me enseñó
que las palabras se convierten en instituciones que creemos inamovibles; casi
como dioses que nacen en la eternidad y regresan a ella. Las mujeres nos hemos creído
el discurso patriarcal institucionalizado, de hecho lo hemos inoculado. Cargamos el
machismo y lo transmitimos casi genéticamente, culturalmente. Por eso nos da mucho
miedo vivir, vivir sin un hombre, ir más allá de los vínculos tradicionales, incluso
a las más liberales, y ser solidarias con otras mujeres, convivir, hacer y permitir. Si yo
aprendí todo eso, fue gracias a mi segundo divorcio.
Además de la poesía ¿qué más te definiría?
Nunca estamos definidos, siempre estamos en construcción pero somos
mucho lo que hacemos y lo que hago hoy es dar clases en la universidad y me gusta
mucho. Soy un “pinche profesor universitario” en términos sociales; gano poco, nunca
voy a ser rica, y nadie valora esa profesión, pero soy bastante feliz. No siempre estoy
feliz pero considero que hago muchas cosas que me hacen feliz.
¿A ti te gusta ser profesora?
Sí, los alumnos me regalan mucho.
¿Qué te regala la docencia y los alumnos?
Primero es un privilegio hablar de las ideas. Ellos y yo, hablamos y al
hablar las cosas se curan, pasan; es casi como una terapia colectiva. Pero además de eso
la docencia te convierte en un Virgilio. Claro, si ellos te lo permiten. Entonces uno
puede caminar con ellos por el infierno y el purgatorio y hablar esperanzados de la
luz beatifica. El profesor es un guía, no enseña nada más allá de él mismo. Cada alumno
ya trae el mundo inoculado en su cuerpo y en su mente, lo único que puedo hacer es
guiarlos. Por otro lado ellos traen las pulsaciones de lo que van a ser, trazos
de lo que serán en el futuro, de lo que se viene. Por eso de repente los papeles se
intercambian y ellos se convierten en mis maestros. Van hacia delante, hacia el futuro. A veces
intuyo cosas que se vienen pero si soy capaz de vislumbrar porvenires es gracias a
ellos, a mis estudiantes.
¿Qué enseñas?
Más que enseñar guío y por circunstancias he pasado por muchas áreas,
por muchos infiernos dantescos. Primero estuve en una área política porque esa es
mi formación original. Ahora estoy en el Departamento de Comunicación de la
universidad Iberoamericana. Ahí tengo materias vinculadas a la política pero
también a la investigación. Investigar por ejemplo es una rama del saber muy árida
pero descubrí, con ellos, que puedo enseñarles a investigar investigándose a sí
mismos. Entonces enseño eso, comunicación en términos sociales y políticos y además mi
mirada del mundo que está muy contaminada por la poesía.
¿Qué es lo que más te gusta hacer en la vida?
Me gusta mucho ser mamá, pero sólo encuentro paz cuando escribo. La
maternidad no me da paz, pero a veces pienso que la paz que me da la escritura es
casi como estar muerto, en cambio los problemas que me da mi hija son la vitalidad. Me
divido entre la escritura, la maternidad y la academia.
¿Qué le enseñas a tu hija?
Ser mamá es el trabajo más difícil que hay en la vida, pero creo que en
mi otra vida me faltó ser mamá y ahora me toca serlo en plenitud. Quizás por eso estoy
convencida que mi verdadera maestra en la vida es mi hija. Es ella quien me enseña a
mí , y no yo a ella. A mí me toca cuidarla. Enseñar no es lo mismo que cuidar. La
crianza implica cuidar al otro, alimentarlo, dormirlo, guiarlo en sus inicios para que
después vuele solito y se forje. No les enseñamos nada a los hijos, son los hijos los
que nos enseñan a
nosotras, cuando mi hija sea grande y yo vieja, entonces quizás tendré
algo que enseñarle, pero por ahora es ella la que me enseña a mi.
¿Has escrito algo para tu hija?
Casi todo es para mi hija o fruto de su existencia. Le tengo un amor infinito,
a veces creo que hasta enfermizo. Sus enseñanzas las comparo con lo que me ha
dado la lectura de Aristóteles, de Platón… en f Tengo un libro que no he
podido publicar se llama Bollitos y cuentos para Tziri, mi hija se llama Tziri, son
cuentos muy breves o aforismos que abarcan los siete primeros años de vida con mi hija. Son
pequeños cuentos de media cuartilla donde le voy contando mi existencia y lo que
pienso de la vida; entonces hay algunos que son muy filosóficos y otros que sólo son
cuentos. Todos hablan de lo que he vivido y que de alguna manera no podía platicarle.
Porque la crianza no es platicar ni convivir con un hijo. La crianza es criar y
en la crianza hay mucho silencio y el silencio es una forma de hacer poesía. Pero a veces el silencio de la crianza es monstruoso, por su
omnipresencia, y yo seguía pensando y sintiendo y siendo mujer y siendo profesionista, y quería
hablar. Contarle cosas a mi hija que imaginaba mayor, ella criando, sentada en el
silencio de la noche leyéndolos. Me la imaginaba más allá de los treinta años diciendo ¡Ah!
mi madre estaba
viviendo esto que ahora vivo yo. Como una especie de espejos que
atraviesan el tiempo. Eso es criar.
¿Tu hija sabe que eres poeta?
Si, mi hija sabe que soy poeta, ha ido a mis presentaciones donde
obviamente se aburre. Aunque ella sea la encargada de vender mis libros. Pienso que se siente
orgullosa. Aún no ha leído mis libros porque es muy chica y de grande como buena hija
seguramente no los leerá. Por ahora le presume a sus amigos que su mamá es poeta.
¿Qué le quieres dejar a tu hija?
Antes pensaba que la posibilidad de elegir y de cuestionar las
estructuras invisibles, pero en los últimos dos años he tenido un proceso espiritual muy
profundo. Una de mis tías tuvo cáncer y me hizo pensar muchas cosas de la vida.
Paralelamente tuve una pérdida amorosa, el desamor y el cáncer de mi tía, ambas formas de la
muerte, me trastocaron. Entonces ahora solo quiero que cada experiencia que tenga
mi hija le sirva para aprender. ¿A qué me refiero con aprender? Estoy convencida que somos una cebolla – lo dijo el burro de Shrek, de
la película animada Shrek 2- dijo que cada experiencia de la vida te quita una de
las capas que traes cargando. Eso dijo el burro caminando entre girasoles, creo. Lo
que no dijo, y lo digo ahora yo, es que al vivir te vas quitando capas y al quitarte las
capas de la cebolla llegas al final donde nada te espera. La última capa no encierra nada
porque la cebolla no tiene centro ni semilla, sólo nada. Esto lo había escrito en mis
poemas pero nunca lo había vivido, y estos dos últimos años lo viví, tal cual. Es como si de
pronto hubiera sido capaz de vislumbrar y experimentar esa nada. Quiero que mi hija pueda vislumbrar y experimentar esa nada porque me
parece que hacia allá vamos todos y que el único sentido de la vida es ése,
quitarnos capitas para llegar a la nada.
¿Te gustan los Encuentros de poetas?
Sí, es como un recreo: debe durar poco, ser intenso y luego regresar a
tus actividades.
Cuándo no estás en algún Encuentro ¿cómo te alimentas poéticamente?
En los encuentros lo que uno viene a buscar es a la gente. Yo estoy
convencida de que uno no viene a leer a los encuentros y por eso no me gustan los poetas
que se engolosinan leyendo mucho. Estoy convencida que uno viene como a
conquistar a los otros en el sentido de seducir, de amar, de dejarse domesticar. A veces
casi a relacionarse, en el sentido más literal. El trabajo literario es un
trabajo solitario y es otra cosa, con otras reglas. En los Encuentros uno no viene a
alimentarse viene a compartir la mesa e incluso, en algunos casos, a presumir el sazón;
pero sobretodo venimos a compartir palabras.
¿A qué te refieres con compartir palabras?
Quizás no sólo debí decir compartir sino también encontrar una utilidad
a la poesía. Mira yo soy una escritora precoz pero he publicado tardíamente,
entonces mi experiencia con los otros es bastante nueva, no se diga con la
publicación. De repente que alguien me lea o que mis alumnos tuiteen alguno de mis poemas es
una novedad para mí. Que mis palabras y cómo las acomodo les diga cosas a los otros
es absolutamente nuevo. Incluso me sonroja que alguien me comente: “este
poema me dijo cosas”. Me parece casi una confesión y me asusta la
responsabilidad que siento me traspasan. Nunca esperé, y sigo sin esperar, que alguien me diga que
ese poema les reverbera. Pero me gusta más cuando sucede entre la gente que no es
poeta, que no escribe. Entonces me siento útil y le encuentro una utilidad social a
la poesía. Muchos escritores y autores dicen que no debe de tener una función de
utilidad, pero eso me pesa.
¿Qué esperas para el futuro?
Yo siempre he creído que me voy a morir en Patzcuáro y que para ese
momento solo voy a tener mi cama, una lámpara, el libro que esté leyendo y un
pequeño restaurancito o panadería abajo del cuarto donde esté viviendo. Ya para ese entonces
habré regalado mi biblioteca, todos mis collares, porque tengo muchos collares, casi
toda mi ropa, y ya habré platicado con mi hija y despedido para irme en paz. Siempre he
tenido esa idea, no es una idea de ahora, desde que soy niña, creo que voy a morir la
muerte de los justos, dicen en los textos antiguos. Dormida en mi cama después de un
día arduo de trabajo, vieja. Me imagino una mujer muy vieja, una pasita, sin
posesiones. Desde que soy niña he tenido ese sueño y esa muerte en Patzcuáro pero nunca me he
imaginado en la vida, mi tránsito ha sido un misterio; siempre he vivido la vida
como va viniendo. Hay una sola cosa que le he pedido a los Dioses: Quiero ser una
verdadera escritora.
Qué es ser una verdadera escritora?
No sé exactamente qué es eso, pero sé que cuando lo pruebe lo voy a
saber. Es como la primera vez que pruebas un beso, no sabes qué es antes de
experimentarlo, pero cuando lo pruebas sabes que ése es un beso y no se parece a las
explicaciones que te dieron. Así cuando sea una verdadera escritora voy a saber: !Ah! esto es
ser escritora.
¿Hay algún modelo que te inspire en la escritura?
Me gustan mucho los poetas místicos árabes, musulmanes como Jayam o
Rumi, y de los narradores hay uno que me ha marcado muchísimo en los últimos tiempos,
el japonés Tanizaki que oscila entre la perversidad y el misticismo más profundo,
me gustaría ser un escritor como él.
¿Hay alguna mujer escritora que te inspire?
El problema de las mujeres escritoras es que somos como niñas
escribiendo. Muy nuevas. Las contemporáneas, que están muy cerca de mí, todavía están
preocupadas por escribir sobre el pene, el falo, el esperma y la libertad. Lo
entiendo, estamos descubriendo la libertad, pero a mí no me interesa eso. Además no creo
que la literatura tenga género, me interesa ir más allá de él. Cuando lees a
Tanizaki no importa si eres hombre o mujer y no importa si el autor es un hombre o
una mujer. Lo importante es lo que escribe, lo que te está diciendo.
¿Qué te trasmite Tanizaki?
Sus textos son extraños están construidos con perversidad y
espiritualidad a la vez; como si fueran trama y urdimbre de un mismo tapiz. Son historias muy
simples y cotidianas, historias de amor y de desamor, pero las cuenta de una
manera tal, que cuando terminas de leer el libro y lo cierras estás llena de una
infinita alegría y al mismo tiempo de una enorme melancolía. De repente sientes que ha valido
la pena el tiempo que has dedicado a esa lectura, después de eso casi puedes irte,
casi puedes morir. De hecho quisiera escribir una novela como la de Tanizaki, La madre del
capitán Shiguemoto. Así con esa belleza, con esa suavidad. Con una placidez
retorcida como la de Tanizaki. Este hombre escribe simple, en apariencia, y parece que no
te está diciendo nada importante, lo lees y dices -“No hay muerte, no hay
sangre, no hay rifles, qué está pasando yo quiero acción”- y así se la pasa el noventa por ciento del
libro, hasta que de repente, en una frase, en un párrafo entiendes todo. Todo lo que te
había dicho, todas las páginas leídas iban dirigidas a esa idea, a esa frase. Todo
adquiere entonces una profundidad y una belleza increíble, quisiera poder escribir un libro
así, pero de México no de Japón.
¿Has viajado?
Sí, aunque en los últimos tiempos muy poco. Soy hija de un empresario,
lo que vivo con mucha ambigüedad, viajé mucho por México con mi padre cuando
era niña. Mi papá es arquitecto, entonces estaba obsesionado con que
aprendiéramos cuántos escalones tenía cada pirámide y por qué. Después viajamos al extranjero
a los viajes típicos de una clase empresarial que se cree culta y liberal. Hice,
para no traicionar a la burguesía de la que venía, mi viaje iniciático a Europa después de la
preparatoria. Estuve casada con un argentino entonces conocí Sudamérica, después yo
hice viajes por América Latina. Entre ellos Perú que me gusta y me llama mucho la
atención y Nicaragua que me ha marcado enormemente. Quisiera conocer Asia, he
leído mucho
sobre Asia y he viajado a Asia con los libros, me debo ese viaje. Lo
voy a hacer, sobre todo a la india.
¿Hablas otras lenguas?
Sí, no todas las que me gustarían pero sí. Hablo francés, inglés,
alemán, italiano y leo, mal, el náhuatl clásico del siglo XVI.
¿En qué ha cambiado tu vida el conocer otras lenguas?
Yo he sido muy solitaria. Si yo te cuento uno de mis días es muy
aburrido: Me levanto temprano hago los desayunos mientras mi hija saca a la perra, vamos a
la escuela, al trabajo, recojo a mi hija… en fin es una vida aburridísima. Es la vida
más anodina que puedes tener si la miras del exterior, pero yo tengo una vida interna
de una enorme riqueza y lo sé. Yo voy en el tráfico pensando en qué se parecen los edificios,
la arquitectura a otras culturas, a otros tiempos. Paso por debajo de
Chapultepec por ejemplo en el periférico y pienso en Persépolis y su palacio de las
1000 columnas. A veces me gusta pensar que soy otro. Por ejemplo me gusta mucho el poeta
Horacio el romano. Horacio era muy displicente con el poder a pesar de ser un
mantenido del imperio vía Mecenas; su cuate burócrata encargado de dirigir el
CONACULTA en la época de Augusto el emperador romano. Me gusta entonces compararme con
Horacio y pensar que puedo ser displicente con el poder porque soy
suficientemente austera para no necesitar mucho y suficientemente rica en mis viajes interiores
y mis ideas para poder ofrecer algo a los demás. Las lenguas son eso, son libros, son
formas de ver el mundo. Por ejemplo en el náhuatl de hace quinientos años no existía el verbo
ser, porque los indígenas consideraban que uno nunca era, que siempre estaba siendo.
Eso lo sabía muy bien un escritor argentino que me gusta mucho, Juan José Saer que
tiene un libro bellísimo que se llama El entenado. El libro trata de un español que
convive con un grupo indígena del sur y lo que más le impresiona es que esta gente no
es nunca, jamás dice “Yo soy”, siempre están siendo.
El francés y el italiano son dos lenguas muy cercanas al español, pero
sin ellas nunca hubiera sabido que el español no solo viene del latín sino que hunde
sus raíces en el árabe y eso la hace compleja, gramaticalmente llena de excepciones, con
sonidos difíciles y bellos y que van más allá del latín y del griego. Las
lenguas le han dado como sal y pimienta a las palabras cotidianas. A diferencia de un corrector
de computadora yo sé la importancia del acento, que no es lo mismo inglés que ingles,
hay un viaje de diferencia entre cada una de las palabras.
¿Qué es lo que más te gusta de ti?
No sé, es que es un proceso, yo creo que todos los seres humanos
tendemos a no gustarnos porque tenemos una idea de lo que debemos ser. Un deber ser
alimentado por la vanidad y las imposiciones sociales. Yo tengo una idea de lo que
debo de ser, muy dura quizá, entonces me ha costado mucho trabajo aceptarme y decir
libremente qué me gusta de mi. Pero con los años, creo que lo que más me gusta es
llegar a mi casa y oler la paz que hay en ella y sé que eso lo he construido yo. Eso es lo
que más me gusta de mi, mis construcciones.
¿Y lo que te disgusta?
Híjole casi todo, (risas). Te repito es un proceso, ha sido un proceso
muy difícil de aceptación. Desde mi risa, que mi mamá decía era risa de una loca, de
una bruja, que la gente educada no se reía así, menos una niña bien. Ha sido muy
difícil el proceso de aceptación porque era muy diferente a mi casa, o a mi familia de la
cual siempre me sentí rechazada. Pero en términos prácticos no me gusta mi nombre de
bautizo.
¿Por qué no te gusta que te digan Mariana?
Porque es un nombre católico y estoy convencida que el catolicismo le
ha hecho
muchísisimo daño a México. Es más cuando estaba embarazada, el único
requisito que pusimos mi exmarido y yo era que, él elegiría el
nombre que quisiera si el niño era varón, pero si era niña lo iba a elegir yo, pero la única
limitante que había era que no fuera un nombre católico. El catolicismo en mi experiencia
ha tenido siempre una doble moral; se la pasan rezando y diciendo que Dios es
infinito y la gente más intolerante que yo he conocido en mi vida es la gente católica.
Además me parece que las tres religiones monoteístas, son las más anacrónicas entre
las existentes.
¿Y qué quiere decir tu nombre?
¿Zyanya? Siempre.
¿Por qué escogiste este nombre, por el significado, por el sonido?
Lo saqué de un best seller. Tenía yo diez y seis años cuando lo leí.
Era una personaja que se llamaba Zyanya que tenía un mechón blanco de pura cana, vivía en la
mixteca. Era una mujer tan fuerte y que decía lo que pensaba y que hablaba con el
corazón que cuando terminé el libro me dije, cuando yo sea grande, voy a llamarme
Zyanya. Después leí que Pablo Neruda, dijo lo mismo, que cuando el fuera grande
dejaría de llamarse Neftalí Reyes para llamarse Pablo Neruda, pero como él tenía
un amigo presidente se lo hizo legal y todo fue más fácil. Yo no, me falta esa
conexión, tengo que
pelearme con las amigas para que me digan Zyanya.
¿Y el nombre de tu hija?
¿Tziri? quiere decir Maíz, en purépecha. Y ese lo elegí por el sonido y por el
significado. Ella es en muchos sentidos hija de la tierra.
¿Qué te gusta más de tu hija?
Yo creo que estoy enamorada de mi hija, ella tiene bonomía, mi hija es
un ser
bondadoso.
¿Tú no?
Menos.
Antes de morir sin posesiones ¿qué quieres lograr en la vida?
Además de ser escritora, sacar adelante a mi hija, y pasar todos los
exámenes y requerimientos de la universidad y esas cosas del trabajo y la vida
cotidiana; me gustaría encontrar algún día una pareja. Una pareja pareja. Quizá no he
sabido ser pareja o no he sabido elegir, pero nunca he sentido tener una pareja.
Quisiera encontrar una con quien envejecer, que no me coarte, que me deje
reírme como yo quiera, escribir como yo quiera y peinarme como yo quiera.
Ojala la encuentres Zyanya, porque te mereces todo lo que quieras. Para concluir ¿Hay algo que quieras agregar a esta conversación ?
No. Te conté mi vida de los últimos tiempos
Gracias Zyanya por tu confianza y tu tiempo, por aceptar platicar
conmigo a corazón abierto en esta entrevista.
© Carmen Amato
© Zyanya Mariana
El resto de las fotografías corresponde a Zyanya Mariana.